martes, 15 de julio de 2014

GASTAR LA SUELA


Se le gastan los zapatos, los zapatitos hay que cambiárselos. Ahora se los muestro. El sol sometía la cabeza y el viento cálido del norte no dejaba pensar. La ruta estaba invadida por una pequeña nube fabricada por algún vehículo que cada tanto pasaba por allí.
Después de un tiempito se los cambiamos, por que cuando sale a caminar se le gasta la suela, y ustedes vieran como se le gastan. Ahora les muestro. Contaba la historia de la capilla. Carmen nos había visto desde la silla donde estaba sentada a la entrada de la Iglesia. Pintada de blanco se erigía desde 1745 junto a un mayorazgo que perteneció a un capitán español. Todo, o casi todo, permanecía intacto. Muy pocas mejoras le habían hecho para mantener lo más fiel posible el lugar. Ladrillos de adobe, la paja del techo y utensilios de época contaban la historia a través de sus palabras. Cada movimiento que hacía estaba surcado por la gota de sudor que bajaba de sus sienes.
El santo es San Pedro, ¿Lo conocen? Es muy cumplidor, yo me casé acá hace tres años. El sol de las tres de la tarde desesperaba frente a la ruta, la Iglesia estaba a pocos metros. Y este hombre, el español, tuvo un sueño y se fue a buscarlo al santo. Se vino sólo con él en caballo, y lo siguieron. No sé cuantos kilómetros, pero justo cuando llegó acá se levantó un viento enorme, el español le pidió al santo, vio, que lo ayude a despistarlos. Y así fue, lo ayudo, y se quedó acá. Explicaba mientras con la mano señalaba la figura. Dicen que fue el zonda. Es bravo el viento.
Con la idea del desgaste de la suela de los zapatos miraba como la tierra que caminabamos se nos iba introduciendo por las grietas del cuero de las zapatillas, los pies hinchados y la boca abierta al calor catamarqueño. Eramos testigos de la historia no contada por Buenos Aires. Eramos el zonda de mal humor por el calor tratando de escuchar el milagro de San Pedro en medio del desierto. Acá eran los calabozos, encerraban a los presos. No fue necesario decir a quines, nos miramos y supimos a quienes se refería. Esa parte de la historia por convicción y por dolor sabíamos de memoria.
La voz firme de Carmen, seguía relatando como era la vida en ese mayorazgo, no tan diferente a los actuales. No tan distante de las injusticias que salen en algunos medios. No tan distante nuestra cara en ver la verosimilitud del relato pensando cómo se gastaban las suelas, como las suelas se siguen gastando para esa gente de la zona de Fiambalá. La historia de ser parte del mayorazgo, la sensación del techo de paja desplomandose poco a poco dentro del tiempo. De unos bancos de escuela guardados allí adentro. Que paradoja, ya que esta parte de la Argentina durante muchos años no fue contada por las instituciones oficiales.
Pero como todo santo hay que cumplirle. San Pedro nos miraba mientras terminabamos nuestra conversación con Carmen.

Esa tarde desde que entramos a la Iglesia, escuchábamos sus palabras con suma atención. La historia del santo en una iglesia del norte de Catamarca cerca de Fiambalá nos dejaba azorados en nuestro camino de retorno a la capital de la provincia. La lucha por el poder, la religiosidad, los milagros y las creencias de los pobladores tenían otro carácter a la hora de ser leídos. Carmen no dudaba del desgaste de la suela, del milagro. Y como todo santo hay que cumplirle por que sino es muy malo